Hay en Edgar Sánchez una deferencia por la pintura, por sus saberes, por su manera de crear ficciones, por su realidad alegórica alcanzada entre trazos y colores. Sánchez respeta este oficio de la ya larga convivencia, del ir conformando, sin prisa, una obra. Sabe cómo ser uno mismo, el pintor. Han pasado tendencias y modas, muertes anunciadas de la pintura y su trabajo se ha mantenido impermeable, ajeno a tanto ruido y vaivén. Porque sólo se ha nutrido de los incentivos esenciales: su voluntad humanística, su poder de autogeneración, su mirada hacia la historia del arte.