Fernando Botero 2012

El efecto botero

Acaso sea Fernando Botero el artista contemporáneo que con mayor dosis de maestría, dominio técnico, solidez plástica, sentido crítico y sentido del humor haya logrado recrear la realidad, las costumbres, los ritos y los mitos latinoamericanos. Sin duda, su legado radica en la libertad y falta de complejos con los cuales investigó y asumió la tradición de los grandes maestros clásicos de la pintura occidental, construyendo un lenguaje a la vez regional y universal; también en su poderosa intuición y agudeza para representar el retrato cotidiano de nuestra era, pero, sobre todo, en la riqueza y abundancia con las cuales maneja los símbolos del presente, lo cual le permite sobrepasar la costumbre o el rito, la situación o el personaje, construyendo no “cuadros”, sino “boteros”. Es pues, obvia, su significación para la construcción del discurso crítico del arte de América Latina; pero hay un factor poco difundido y conocido, que es la importancia y participación de Botero en la dotación del Patrimonio Artístico venezolano; muy especialmente durante los procesos de formación y consolidación del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, cuando su presencia fue notable no sólo por las veintiún obras que conforman el Núcleo Botero de la Colección, o por las cinco exposiciones allí realizadas, sino también por el afecto que este gran artista supo construir con el pueblo venezolano, gracias a la calidad de su trabajo y su singular generosidad.

EN VENEZUELA

Y es que Botero atrae por igual a los Presidentes de la República y a los ciudadanos del común. En diferentes ocasiones asistieron a las inauguraciones tanto Carlos Andrés Pérez o Jaime Lusinchi, como Hugo Chávez Frías. El primer domingo de sus exposiciones era siempre un evento multitudinario donde el público le aclamaba y perseguía por obtener su autógrafo en los afiches y catálogos que se agotaban apenas salían lo cual lo convertían en la figura de mayor popularidad entre los artistas de la Colección. En una ocasión Sofía Imber, directora – fundadora del Museo, se refirió a este acontecimiento como el “efecto Botero”: “un suceso que se apoya, tanto en su carisma personal, como en la extraordinaria capacidad que posee para comunicar por medio del dibujo, la pintura y la escultura, despertando una inaudita identificación y enorme afinidad en la gente”. El crítico de arte Perán Erminy también calificó este aspecto en términos similares, aludiendo al caso como “fenómeno de público”: “Una exposición de botero siempre es un acontecimiento por su calidad artística y porque se ha convertido en un “fenómeno de público”, tanto así, que es el único pintor latinoamericano que logra competir con la televisión. Todos aprecian su obra y esa es la aspiración de cualquier artista. Es difícil encontrar en el mundo de la plástica un pintor que, a pesar de tener tanta popularidad y acogida entre la masa, siga conservando su línea sin hacer concesiones”.

Estamos, sin duda, ante un creador excepcional. Pero ¿en qué consiste exactamente este “efecto Botero”?, ¿por qué el encantamiento? Por una parte, por el discurso mismo de la obra de Botero que ha sabido interpretar, con originalidad y eficiencia plástica, la representación de lo latinoamericano, lo cual permite que el público se identifique de inmediato con sus imágenes. Por otra parte, por su carisma, don de gente, simpatía y sencillez personal. Fernando Botero posee una calidez y elegancia de trato que lo vuelve accesible al público de una manera completamente adorable. Su éxito ha sido asumido sin vanidad y sin complejos. Pero sobre todo, el “efecto Botero” tiene mucho que ver con su generosidad y capacidad de retribuir afectos. Él es un creador cuya modestia y humildad más bien se han fortalecido con la fama, en lugar de desaparecer, como ocurre habitualmente. Y Botero tampoco ha escatimado en abrir las posibilidades de acceso a su obra, pues tan importante como el dominio de los medios, los conceptos y el oficio, para un artista la creación de puentes de comunicación con el público y proporcionar la posibilidad de compartir la propia obra, sin mezquindades, con el público.

Estos tres aspectos se enlazan perfectamente a través de su presencia en la historia del MACCSI, que abarca también las diferentes etapas de su producción. En 1974, una de las primeras adquisiciones del museo fue el Autorretrato con Luis XIV según Rigaud, de 1973, adquirida y donada por el Centro Simón Bolívar. Este Autorretrato constituye una pieza clave en la producción del artista y la consolidación de su discurso y es un claro ejemplo de la lectura de realidad según Botero: la figura se desborda y se impone en un salto de formato, salto gracias al cual la noción de deformación funciona doblemente. La obra se libera totalmente de cualquier intención dogmática y contrapone la gigantesca figura del rey Luis XIV con el autorretrato que da título a esta pintura, a través de un absoluto desprejuicio en el manejo de las escalas. La reinterpretación de posturas anteriores y frases de maestros clásicos en ese período (Goya, Ingres, Velázquez, Caravaggio, Rigaud, Piero Della Francesca) se expresa con una fuerza rotunda. Botero ha manejado a los clásicos como arquetipos. En este caso, mantiene casi en sus mismos términos la composición de la pintura original de Hyachinthe Rigaud, pero la figura es sustancialmente deformada, no como sátira, sino simplemente como mecanismo conceptual para alcanzar nuevos estadios pictóricos. La pintura derrocha en perfección técnica -una refinada y meticulosa ejecución de la cual el artista refiere que constituye, junto con el retrato de ‘Alof de Vignancourt (según Caravaggio)’, 1972, “el punto cimero, la culminación de mi deseo por desarrollar mi técnica. Estas dos pinturas son mis tesis doctorales. Me ocupé de Rigaud y Caravaggio, que están entre los artistas más acabados de todos los tiempos, y, una vez que lo hice, perdí el interés por los efectos minuciosa y cuidadosamente controlados. A veces uno tiene que dedicarse a hacer algo que es tremendamente difícil con vistas a no interesarse ya más en ello”.

En 1976 se llevó a cabo la que hasta entonces sería la exposición individual más importante de Botero. Sofía Imber recuerda que “siendo Botero el artista más cotizado de América Latina, trabajaba en cierto modo a contracorriente, y no había tenido una exposición retrospectiva que reseñase sus logros al definir un lenguaje y una temática genuinamente latinoamericanos”. La muestra fue inaugurada por el Presidente Carlos Andrés Pérez, y desde aquel momento, la obra del artista se fue consolidando indiscutiblemente. Su presencia en Caracas atrajo una inmensa cantidad de público interesado por la obra de este artista que, a “contracorriente” como señaló Mario Vargas Llosa, reivindicaba la anécdota en “un momento en que el arte no-figurativo parecía haber ganado la batalla de la modernidad y excluía como obsoleta e impura la figuración, a través de su pintoresca variedad de tipos humanos, escenarios domésticos, sus deportes, sus campiñas, sus tejados…

En 1982 ingresó La Putica, 1977, una pieza muy especial porque permitió el ingreso de la escultura de Botero en el MACCSI. Se trata de una de las treinta y dos esculturas catalogadas hasta 1978. El artista se propuso superar las constringentes limitaciones del plano en una experiencia escultórica que le permitiese sentir en toda su globalidad y envergadura la voluptuosidad de las formas físicas de la materia tridimensional. Según su declaración, quiso encontrar, “a través de la escultura, una satisfacción especial: la de tocar esa nueva realidad que uno crea. Por supuesto, en un cuadro, uno da la ilusión de la verdad, pero con la escultura uno toca la realidad (…) “Hay una satisfacción muy especial en el hecho de tocar directamente, con mis manos, la materia”. A este deseo de sensualidad táctil se añade en Botero la convicción de que la escultura le permitiría llevar a su más cabal y maciza cristalización las febriles imágenes que pueblan su personalísimo mundo mental”. Pero además, el hecho de su policromía la remite a tradiciones ancestrales que van de la Antigua Grecia al mundo colonial hispanoamericano. Las facciones reducidas al mínimo reflejan la inexpresividad de los personajes de Botero, en tanto que las formas y volúmenes, simplificados al extremo y pulidos con excepcional esmero, se estructuran en ritmos serenos y cadenciosos como para hacer más marcada la sensación de monumentalidad y de hieratismo.

En 1986 se presentó la segunda exposición de Botero en el MACCSI: una selección de setenta y seis dibujos realizados entre 1980 y 1985. Botero es un verdadero maestro del dibujo, la soltura y nitidez del trazo se mezclan con una inmensa gracia al manejar los temas, y así quedó demostrado en esta oportunidad. Dibujo a dibujo, se generaba un sistema de transformaciones del mundo real: un mundo de personajes y situaciones con dimensiones jocosas, irónicas, tiernas. La realidad transformada por Botero llegaba, así, a los extremos del refinamiento. Entre las piezas exhibidas en la muestra se encontraba el primer dibujo de Botero que ingresó en la Colección del MACCSI: Naranjas, 1980-1985, un pequeño pastel sobre papel que expresa la abundancia de su lenguaje en sólo cinco volúmenes (las frutas), sabia y elegantemente inmersas en una composición clásica. Pero a la calidad de la exposición se unió la sacudida del “efecto Botero”. La exposición fue inaugurada por el entonces Presidente Jaime Lusinchi, quien distinguió a Botero con la Orden Francisco de Miranda en su Primera Clase, expresando su posición en los siguientes términos: “Gente como Botero o Soto, como Borges, García Márquez o Vargas Llosa, como Cruz Diez, han ido por el mundo difundiendo la cultura y los modos de ser, las raíces de América Latina. Y si ésta ha alcanzado en el mundo de hoy significación y resonancia, en buena medida se debe al aporte de los artistas. Por eso quisimos venir en persona a homenajearlo y a imponerle la Orden Francisco de Miranda… Como homenaje del Pueblo de Venezuela a quien ha tenido en esta ocasión la gentileza de venir en persona y traernos” esta muestra suya al Museo de Arte Contemporáneo”. La enorme cantidad de personas que llegó ese domingo marcó un récord de visitas. La prensa definió el suceso como un “avasallante éxito”, que llenó el Museo “de bote en bote”, y donde se vivió por primera vez, en un evento de artes plásticas, el insólito acontecimiento de largas y ordenadas filas de gente solicitando el autógrafo del artista: “La exposición de Fernando Botero en el Museo de Arte Contemporáneo no sólo es un éxito por la calidad de la obra misma, sino porque el público se agolpó para adquirir afiches, catálogos y libros del artista hasta agotarlos. Esto no significaría nada si no se hubiese producido algo nunca visto en los espacios museísticos: una larga y ordenada fila de ‘fans’ esperaba, pacientemente, que el artista colombiano les autografiase cualquiera de los objetos que habían comprado”.

    A medida que la Colección crecía y se enriquecía, la obra de Botero fue adquiriendo una mayor representación y, con el tiempo, se estableció una relación de afectos que generó vínculos indisolubles con el Museo y con Venezuela. La generosidad del maestro quedó plasmada, en un extraordinario gesto de retribución, el 18 de marzo de 1987, cuando Sofía Ímber recibió una carta donde el artista manifestaba su disposición a donar el célebre Gato, 1981, que con el tiempo se convirtió en uno de los emblemas de la Colección, así como una de las obras más solicitadas y aclamadas. El documento define realmente su nobleza como ser humano:

     “Querida Sofía: Tengo siempre un gran recuerdo de la forma en que los venezolanos, y en particular tú y Carlos, me han acogido en mis dos exposiciones en Caracas. 

    Aquí te incluyo la foto de mi escultura Gato 340 x 104 x 104 reproducida en la carátula del libro sobre mi obra escultórica que acaba de publicar Abbeville Press de New York y una de mis favoritas. Quiero donarla a Venezuela y concretamente al Museo de Arte Contemporáneo como muestra de mi agradecimiento.

    La obra estará exhibida en Madrid en mi retrospectiva en el Centro Reina Sofía (tu museo también debería llamarse así) durante los meses de Junio y Julio y, si la aceptas, podría enviártela en Agosto. Esta obra puede estar al exterior pero creo que se vería mejor en el interior del Museo. 

    Recibe con Carlos un gran abrazo. 

     Fernando Botero”.

La reacción del equipo del Museo —una mezcla de admiración, respeto, alegría y sorpresa por el estilo por él manifestado al referirse a la donación— se dejó sentir desde el primer instante, y aún recordamos ese gesto como un momento muy elevado en la historia de la institución.

En 1989 se presentó en el Museo de Coro y en el MACCSI su serie de La Corrida, un tema afecto al artista y experiencia central en su infancia, cuyos primeros dibujos habían sido, precisamente, siluetas de toros, retomando en los años ochenta la fiesta taurina como motivo de su obra. Ambas exposiciones serían recordadas entre las más concurridas y con mayor atractivo para el público. Estas pinturas y dibujos celebran la sensualidad del ritual y su feroz belleza, rehaciendo el mundo de la tauromaquia a su presencia física, desde lo puramente carnal. Nuevamente el evento de inauguración superó el récord establecido en el año 1986. La muestra se realizó en el marco de la celebración de los quince años del Museo, y el Presidente Carlos Andrés Pérez encabezó el acto, otorgando al artista a Orden Andrés Bello en su Primera Clase, en reconocimiento a su consolidación como figura capital dentro de la cultura latinoamericana y a su generosa contribución para la formación del Patrimonio Artístico de la Nación: “Quiero decirle a Fernando Botero —indicó el Presidente Carlos Andrés Pérez— que en Venezuela se le quiere, se le respeta y se le admira. Y que no es por azar que haya escogido Sofía Ímber, la directora del MACC, la exposición de esta obra para celebrar los quince años de este museo que honra a Venezuela y América Latina y nos presenta ante el mundo como un país que está decidido en su vocación de elevarse por su calidad en la cultura latinoamericana Esta condecoración no la hago sólo en nombre del gobierno y del pueblo de Venezuela, sino en nombre de toda América Latina porque se merece el honor de todas nuestras patrias”. Botero hizo oficial la donación del Gato, y con pocas palabras, sentidas y sencillas, expresó su agradecimiento al país: “Me van a perdonar por no hacer un discurso pues yo solamente soy pintor. Quiero agradecer al Presidente Carlos Andrés Pérez esta condecoración que me honra muchísimo. Y a Sofía Ímber sus palabras generosas y su invitación a exponer en este museo que, como todos saben, hoy en día es una institución conocida y respetada en todo el mundo. Quiero decirles también que para mí es muy emocionante la forma como el público venezolano ha recibido mi trabajo y me hace sentir en mi propia casa”.

La periodista Lenelina Delgado refirió que aquel 4 de abril de 1989, “once mil personas aproximadamente se dieron cita para recibir a Fernando Botero. Un entusiasmo sin límites demostraron los admiradores de su obra, quienes lo acompañaron en su recorrido por las salas del MACC y solicitaron su autógrafo. Realmente una gran celebración”. Al apoyo del público se unió el respaldo de las voces autorizadas, tanto institucional, como intelectualmente. El escritor Simón Alberto Consalvi calificó a la exposición como un evento extraordinario, donde “más que la figura de los toros y los toreros, lo que cuenta es el arte de Fernando Botero”; el Ministro de Cultura José Antonio Abreu manifestó: “Su producción constituye un formidable estímulo tanto para quienes ahondan en el estudio del ser latinoamericano, como para quienes desde estas tierras crean el mundo, se extienden, desbordan los límites de la región para alcanzar la universalidad. Botero, artista contemporáneo, es también ya uno de los clásicos de este siglo; un creador de los tiempos modernos”; el escritor y crítico de arte Roberto Guevara expresó: “El enorme éxito de Botero se debe a que él es el mejor intérprete plástico de lo barroco y lo fantástico latinoamericano. Sus imágenes son más elocuentes que cualquier palabra. Son una extraordinaria síntesis de lo que fue el encuentro de dos mundos. Sus cuadros están llenos de humor, de ironía, de denuncia y la gente se identifica con ellos porque reflejan la fusión de razas, lo fabuloso, la fantasía y la imaginación que caracteriza a nuestros pueblos”. Por su parte, el artista Oswaldo Vigas aludió a la capacidad que caracterizaba a Botero de sostener un discurso a contracorriente y no dejarse arrastrar por las modas: “Tanto él como yo formamos parte del grupo que la crítico Marta Traba llamara ‘el grupo de los quedados’, es decir, ese grupo que no cedemos a las presiones ni a las modas”. En el marco de la exposición, Sofía Ímber anunció el ingreso al Museo de otra de las pinturas notables de Botero a la Colección del Museo: Venus, 1989, un enorme lienzo que bien podría ser considerado como un exquisito homenaje a la gracia femenina, así como un despliegue de dominio de las formas para elaborar sus tipologías y estereotipos. Botero sostiene su tratamiento clásico inmerso en una fina ironía y apabullante frescura. Los detalles contextuales de la figura principal reafirman el deleite del pintor por sobre/abundar la composición con elementos accesorios (el gato, los objetos de tocador, frascos, un espejo…) que cumplen la doble función de alternar la composición y proporcionar pequeños acontecimientos dentro del cuadro. Su inexpresiva y casi ausente mirar, recuerda la sentencia de este artista de no caer en la trampa de lo sentimental. De hecho, Botero más bien se opone a la expresividad: “no estoy interesado en la expresión, risa o tristeza”, declaró en esa ocasión, “encuentro que la expresión en el antiguo arte egipcio existe en forma de inexpresividad, justamente, la forma más elevada de expresión… Las personas que pinto no miran a nada… La inexpresividad otorga un sentido de eternidad”.

Luego de esta exitosa experiencia, Botero continuó sorprendiendo al Museo con su inquebrantable generosidad, a través de una correspondencia con el anuncio de una nueva donación:

    “Querida Sofía: 

    Después de nuestra conversación telefónica te confirmo mi deseo de hacer una donación de 15 de mis esculturas al Museo Sofía Ímber de Caracas. Estas obras te empezarán a llegar en Marzo del 96 y desde luego serán de mis esculturas más representativas. 

    Será un honor y un placer hacer esta donación al público de Caracas que me ha recibido de una forma tan calurosa en mis pasadas exposiciones. 

    Te abraza Fernando Botero”.

Estas quince esculturas, con impecable acabado y manejo rotundo de la proporción, navegan cómodamente en el repertorio escultórico boteriano: naturalezas muertas, cabezas, animales, grandes manos, cuerpos en reposo, cuerpos en movimiento, figuras femeninas, parejas, animales y referencias mitológicas, incorporando asimismo varios de sus iconos: el obispo, el hombre fumando, las prostitutas, los militares. En Octubre de 1996, la donación fue presentada al país en una exposición conformada por el Núcleo Botero del MACCSI −que con las esculturas llegaba a 20 piezas−, a lo cual acompañaba una selección de dibujos y acuarelas realizados entre 1993 y 1995. La significación de la donación de estas esculturas, se entendía no sólo por la manera como se robusteció la presencia del artista en la Colección y por la importancia técnica, temática y conceptual de su obra escultórica, sino porque la Venezuela de esos años se debatía en una profunda crisis bancaria producto de las intervenciones desde el año 1994, lo cual limitaba financieramente a las instituciones que, como el museo, fortalecían sus colecciones a través de donaciones privadas, de manera que un hecho como éste parecía imposible y el público lo recibió con profundo asombro y admiración. Dentro del museo, parecía imposible este logro. La inauguración de la muestra constituyó otro acontecimiento sin precedentes. Acceder a la escultura no es nada sencillo cuando la formulación de un lenguaje plástico ha sido construida desde el plano bidimensional. Sin embargo, Botero asumió el reto con la misma soltura, agudeza, fluidez y desparpajo del dibujo y la pintura. “Sus seres y personajes” −señalaba el crítico de arte Roberto Guevara−, “saltan a los espacios abiertos e incluso a la intemperie con el mismo desparpajo con el que se acomodan en una hoja de papel o en un lienzo. Cuando salieron al espacio, las esculturas de Botero encontraron con pertinencia su sitio, como antes lo había hecho con otros medios. En galerías y museos, en casas y espacios interiores, al igual que en la intemperie y la naturaleza, las grandes figuras constituyen una verdadera intervención”. La producción escultórica de Fernando Botero sostiene la calidad formal y la maestría en el dominio de recursos técnicos que le ha caracterizado como pintor. En este sentido, y en sus propias palabras, se opone totalmente a las tendencias modernas que crean esculturas de caras planas. Su realización obedece a una necesidad de romper con la superficie bidimensional para re/crear el volumen y lograr simbolizar la sensualidad humana.

En mayo de 1999 el Presidente de la República Hugo Chávez Frías, encabezó el acto de inauguración de la quinta exposición de Botero en el MACCSI, una visión retrospectiva de sus principales dibujos −sesenta en total− realizados entre 1980 y 1998. Para entonces, el interés cultural desdibujaba sus márgenes en medio del inicio de la campaña electoral de la nueva Asamblea Constituyente. El agolpamiento del público ante la presencia de Chávez y Botero provocó que, por primera vez en su historia, el Museo cerrará las puertas a la multitud que esperaba por entrar, para garantizar la seguridad de la otra inmensa multitud que estaba dentro de las salas. Las protestas no se hicieron esperar y al día siguiente la prensa recogió el hecho en los siguientes términos: “No sólo el ‘fenómeno Botero’ hizo de las suyas el domingo inaugural de la muestra de sus dibujos. También la presencia del Presidente Hugo Chávez Frías, arrastró las multitudes hacia el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber. Ante el ’suceso’ Sofía Ímber manifestó: “tuvimos que cerrar las puertas del museo para garantizar la seguridad del público que estaba adentro… Yo puedo manejar a una estrella, pero a dos, es imposible. No se sabía a quién le pedían más autógrafos, si a Fernando Botero o a Hugo Chávez. Yo no tengo la culpa de que Botero tenga la misma fama de una estrella de rock. Nos encantaría que siempre sucediera esto con la cultura”. La temática de esta extraordinaria muestra retrospectiva de dibujos recogía las principales preocupaciones de la producción del artista: figuras humanas, naturalezas muertas y alusiones a los rituales de la fiesta taurina. Con ellos, Botero hizo gala de su dominio de los recursos técnicos y expresivos. Estas piezas constituían un ejemplo de cómo Botero deforma la realidad, la agiganta o empequeñece con soltura y desprejuicio, cómo aborda el espacio de la composición de una manera libre y total con sus personajes característicos: militares, presidentes, odaliscas, niños, escenas de burdel, desnudos campestres, bailes, toreros… Dibujo a dibujo, la exposición generaba un sistema de transformaciones del mundo real: un mundo de personajes y situaciones con dimensiones jocosas, irónicas, tiernas. La realidad transformada por Botero alcanzaba, así, los extremos del refinamiento. Ese mismo día, la directora del MACCSI también anunció el ingreso por donación de otra de sus obras a la Colección: El hombre que come la manzana, una acuarela y lápiz sobre tela de 1997.

En total, suman veintiún los boteros del MACCSI. Ellos nos guían con solidez por la trayectoria del artista. En 2006, un nuevo director de la institución intentó traer a Venezuela la serie de dibujos y pinturas de Botero sobre Abu Ghraib: un duro y crítico testimonio del artista, realizado luego de conocer el horror que se perpetuaba en la prisión, cerca de Bagdad, donde soldados estadounidenses torturaron y mataron a los prisioneros iraquíes. La exposición había arrasado en éxito en todos los países donde era presentada. Poco antes, el nombre de Sofía Ímber había sido eliminado del museo por decreto oficial. Entre el artista y el Museo, no hubo acuerdo para llevar a cabo la exposición. Pero doce años después de aquella célebre retrospectiva de dibujos, ya no en el MACCSI, Botero llega nuevamente a Venezuela.

María Luz Cárdenas.