Liu Bolin 2025
Liu Bolin: El hombre que desaparece
María Luz Cárdenas
El interés primordial de la obra de Liu Bolin es su extraordinaria capacidad para conjugar los más diversos medios contemporáneos de expresión en una decidida y contundente acción política. Bolin utiliza la pintura, la fotografía, la escultura, las instalaciones, el performance, el arte corporal y las intervenciones urbanas como un mecanismo de denuncia de la carencia de libertades y enajenación de la conciencia en el mundo contemporáneo. De ahí la relevancia de una exposición como ésta, que aborda la reflexión acerca de la posición del individuo en una sociedad que lo abruma y le hace desaparecer en la masa, de un enfrentamiento al autoritarismo y los sistemas represivos en su propio contexto cultural en China, pero que puede ser también extendido a la condición humana general cada vez más alienada, insignificante y extraviada en los laberintos urbanos. Estamos ante una obra que encara la lucha por la libertad y derechos ciudadanos e igualmente se planta ante el miedo a la supresión de las diferencias, en colectivos que imponen conductas y actitudes homogéneas.
Hacia el año 2005, el artista reaccionó ante la carencia de materiales, recursos plásticos y soportes que padecían los creadores en su país, y comenzó a utilizar su propio cuerpo como centro de una obra donde, empleando pocos medios pictóricos. Se mimetizó y fotografió en los escenarios de la ciudad, desapareciendo, desvaneciéndose entre las calles y las ruinas. Era esta una manera de protestar silenciosamente por la decisión del gobierno chino de destruir a Suo Jia Cun, la ciudad-residencia de 126 artistas donde Liu tenía su estudio Ante el avance de las aplanadoras que reducían a escombros los talleres y viviendas, realizó un acto de camuflaje donde su cuerpo pintado en blanco y gris como los muros demolidos se mimetizaba con los cascajos. Allí permaneció inmóvil durante horas, demostrando a los funcionarios que no podrían acabar con el arte aún cuando derrumbaran la ciudad. Con ello reafirmaba la sensibilidad del artista «si me quieren echar de la ciudad, yo me esconderé en ella». Fue «una especie de resistencia contra la decisión del gobierno local, mimetizándome, como artista podía simultáneamente descargar mis emociones y protegerme». Obviamente, su acción le valió persecuciones por parte del gobierno, pero esta intervención mimética dio a conocer su propuesta como un atractivo y sugerente ejercicio de provocación y rebelión.
Desde entonces, desarrolló el proyecto «Escondido en la Ciudad», y crecieron considerablemente las posibilidades de ingresar desapercibidamente en los más diversos escenarios arquitectónicos y urbanos «Cada persona elige su propio camino para entrar en contacto con el mundo externo», declaró, «yo elijo fusionarme con el medio ambiente». Como un camaleón, fusiona su imagen con un entorno cambiante que va desde monumentos a demoliciones de edificios, calles o paisajes.
El proceso de ejecución de cada intervención pictórico-corporal exige largas horas de preparación, incluyendo la aplicación de la pintura sobre el cuerpo, y la pose inmóvil de mimetismo donde desaparece entre el contexto. Luego viene la fotografía. Es un proceso implacable, meticuloso, de extremo rigor y perfección. Allí no hay truco posible. Le acompaña un equipo de fotógrafos y pintores que cubren totalmente su cuerpo de acrílico, reproduciendo la zona en la cual se fusionará. Dentro del proceso, jamás incorpora otro recurso que no sea el cuerpo, la pintura y la cámara fotográfica, pero el entorno inevitablemente pasa a formar parte de una obra total en la cual parece echarnos en cara que las personas han dejado de tener importancia y perfil definido en medio del mundo que les rodea. Allí funcionan todas las más diversas técnicas y disciplinas escultura, pintura, retrato, paisaje, cuadro vivo, trompe l’oeil, naturaleza muerta, integración urbana, instalación y fotografía. La silueta apenas se adivina en el rastro de una presencia borrosa En una pieza como Bulldozer, 2008, se asimila a la máquina demoledora, por su parte, Telephone Booth, 2008, lo hace desaparecer en una típica cabina telefónica londinense, en Decorated with locomotive, 2008, resulta difícil reconocerlo entre las ruedas rojas de la locomotora, Demolition Site, 2009, desdibuja la imagen entre ladrillos esparcidos. Lo mismo sucede con las pilas de carbón, troncos cortados o árboles en los bosques. En Rojo N° 2, se mezcla inadvertidamente en una multitud de figuras. Pero las más impactantes son aquellas en las que el cuerpo se desvanece en la ciudad A primera vista, la fotografía muestra retratos rápidos de lugares, desde la Ciudad Prohibida en Pekín, la Zona Cero de Nueva York, la Muralla China, el Templo del Cielo, las paredes intervenidas por Kenny Scharf o las clásicas ventas de osos panda. Sin embargo, a una mirada atenta se revela la figura desvanecida y desafiante de aquel «otro» que se desconoce y reconoce en el paisaje que lo rodea. Bien sea en los grandes monumentos y templos antiguos o en las más recientes edificaciones, la conciencia parecería estar igualmente atrapada. Desapareciendo, logra una mayor identificación con el entorno de las ciudades del siglo XXI y alcanza una mejor penetración en el conocimiento de la diferencia, del otro.
En 1989, durante la revuelta de la Plaza de Tiananmen de Pekín, donde los ciudadanos chinos exigían sus derechos y libertades, un hombre se plantó con valentía frente a los tanques de guerra que venían hacia él, imponiendo ferozmente el talante de la individualidad ante represión. Es una imagen emblemática del desafío a la autoridad que en cierta manera nos hace pensar en el opuesto silencioso, hiriente, sagaz y sigiloso de la obra de Liu Bolin, cuyo retrato más bien se disipa, se oculta y esfuma para exigir la fuerza del individuo, pero que finalmente clama por el mismo grito del hombre de Tiananmen que no es otro que la reafirmación de las diferencias y la posibilidad de no ser invisibles.