Ramón Vásquez Brito 1991

Vásquez Brito: Transparencias

Eduardo Planchart Licea.

Del 9 al 30 de junio de 1991.

El paisajismo como problema: Cuando un pintor asume el paisaje como eje central de su obra, debe enfrentar un conjunto de prejuicios que giran en torno al rechazo que una vez hubo en Venezuela hacia esta temática, que surgió a raíz de la creación del Taller Libre de Arte de Caracas y del grupo de los Disidentes, en los que se negó el paisajismo del Círculo de Bellas Artes. «Allí se encontraban, además de Cabré y Monsanto, Armando Reverón, Próspero Martínez, Pablo W. Hernández y Marcelo Vidal… Son éstos los nombres de los pintores que se consagraron a explotar la inédita riqueza de nuestra luz, guiados únicamente por el remontado anhelo de realizar un paisaje venezolano como cuadro, digno de figurar al lado de otros, y cuya concepción se inspira en ocasiones en sentimientos tan elevados de amor por esta tierra nuestra. El color, el sentido de la luz, el significado de las masas, la expresión del dibujo y la composición general de la obra son los valores pictóricos que, manejados por estos artistas, les servirán para crear la escuela paisajística de Caracas». (Planchart Enrique, 1979: p. 52).

En la actualidad la incomodidad ante este tema se debe al rol que ha asumido la mayoría de las vanguardias estéticas, las cuales proyectan la ruptura y la actitud depredadora de nuestra civilización con la naturaleza y el cosmos, pues solo buscan ser dominadas y explotadas.

Y, cuando se da un acercamiento a estas realidades, se hace en términos racionales y, por tanto, raramente se logra expresar el espíritu, el sentimiento o la esencia del paisaje.

La búsqueda del paisaje interno: «Vásquez Brito ha sabido captar no sólo la apariencia visual del paisaje, sino que se ha identificado con un paisaje determinado hasta llegar a ver en el mar, en las colinas, en las piedras y en las plantas nativas de ese suelo una identificación con su propio ser interior… Estamos ante el artista que profundiza en el paisaje y lo sintetiza sobre el lienzo para descubrírnoslo…» (Arráiz, Antonio: 1986).

La madurez del lenguaje plástico de Vásquez Brito se aprecia en la transición de un paisaje externo, como se evidencia en la obra «Paisaje de San Bernardino» (1945), a un paisaje interno y subjetivo, propio de sus obras recientes, en las cuales logra atrapar el espíritu cambiante del mar; mutación que se evidencia cuando se observa la obra del artista de manera global. Así se descubren los hilos conductores que unen una etapa a la otra y se desvela la lógica interna de su arte.

El vivió gran parte de su vida entre cielo, arena, soledad, mar, el inquietante horizonte y la seguridad costera. Durante horas miró con pasión y sosiego aquel espejo de su ser, se deleitó con los cambios del mar, el murmullo del oleaje, las caleidoscópicas nubosidades, logrando una empatía total con el mar, que dio sentido a su plástica.

Estamos ante un artista que está consciente de la ciclicidad que se está dando en su obra y ello lo reconforta. La forma como inició su relación con el paisaje nos recuerda el tipo de enseñanza pictórica propio de la estética Zen, en la que las primeras enseñanzas dadas al aprendiz no giran en torno a la técnica, sino en torno al hecho de enseñar al futuro pintor a observar, a amar y a penetrar en el interior del tema que desea pintar, pues este arte es de matices, pequeños cambios, climas y detalles difíciles de percibir, que crean una atmósfera de misterio y de tensión espiritual propia de la estética japonesa. Por eso, estos paisajes se convierten en resonancias internas de la naturaleza en el ser.

El itinerario plástico y espiritual de Ramón Vásquez Brito ha pasado por estas etapas. «Era un niño tranquilo, poco aficionado a los juegos. Aunque casi de la misma edad que sus hermanos, tenía poca afinidad con ellos. Le gustaba sentarse al borde del mar, en la proa de un barco, y contemplar las olas, el cielo, las aves y el movimiento de las nubes sin moverse y sin hablar durante horas». (Denis, Jack: 1976, p. 814). «En ocasiones pensaban que estaba enfermo, porque pasaba horas contemplando el mar» (R.V.B.: 1991).

Su padre incentivó su temprana vocación facilitándole los materiales para poder dibujar y pintar. «La familia me ayudó mucho en mi vocación, la isla en esa época se encontraba aislada y era difícil encontrar colores, papel…, pero siempre mi padre me los facilitó». (R.V.B.: 1991)

Así se fue tejiendo esta empatía interna con el mar, que años. después comenzaría a proyectar en su plástica. En uno de sus primeros cuadros, «Paisaje de San Bernardino» (1945), encontramos una percepción externa de la naturaleza, que busca captar la esencia perceptual, el torbellino de las formas externas vistas analíticamente. Es una naturaleza móvil, inquieta, donde dominan los colores verdes y azules. En sus bodegones de los años 47 al 49 se hace presente la influencia de Cézanne, dominando las formas geométricas de la naturaleza, vistas desde diversos ángulos. Los colores que destacan son los azules y blancos; el resplandor marino dominado por estos contrastes se ha colado en los lienzos de Ramón Vásquez Brito.

El dominio de este clima marino también se expresa en los colores de las obras realizadas entre los años de 1947 y 1950. Entre ellas destaca «El Hermano» (1947-48) y «Placidez» (1949), ganadora ésta última del Premio Nacional de Pintura (1950). Es ésta una figuración delimitada con vigor, rodeada de un espacio abigarrado y con colores planos que crean una perspectiva diferente a la renacentista, en la que se buscaba crear una ilusión. En «Placidez», la camisa del personaje femenino se transforma en el centro visual por la delicada mezcla de blancos y azules, que se relacionan y logran continuidad con los verdes que rodean el fondo del cuadro. Igual ocurre con el óleo «El Hermano»: su centro es la camisa, delineada por una pincelada azul vigorosa, que contrasta con el apretujado espacio que rodea la figura.

En los cuadros que pinta en los años 50, comienza a abandonar las formas externas y se hunde en una búsqueda de las estructuras ocultas e imperecederas de la realidad. Es su encuentro con la abstracción geométrica. Este período no genera una ruptura que cambie completamente la dirección de su plástica como lo demostró el tiempo. Así, en estas obras, entre las que se encuentra «Abstracción» (1956), siguen dominando los colores y climas marinos: blancos y azules. La obra actual de Ramón Vásquez Brito le debe mucho a esta época, pues la estructura espacial y el equilibrio de las formas y colores del lienzo son una herencia de su acercamiento a esta corriente plástica, que le sirven para comenzar a romper la influencia de Cézanne y Monet en su pintura. «En esas obras encuentro la línea, profundizo en el color y en la estructura geométrica de la realidad y del cuadro» (R.V.B.: 1991).

En el período informalista espesa la pincelada dándole libertad, pues estaba al encuentro de la materia que busca introducir las texturas en el lienzo. Para Vásquez Brito el informalismo fue la ruptura con un lenguaje plástico que no lo llenaba, y además deseaba romper con el orden impuesto por la razón en su obra. Son momentos de inseguridad, de profunda angustia. Esta época en su vida es una muerte simbólica, un retorno al caos inicial; pero él no se hunde en esta búsqueda desesperada de sentido en lo telúrico, sino va al encuentro del vientre oceánico que no posee la ambivalencia simbólica del inframundo citónico.

Las texturas se espesan, dominando los azules oscuros, el misterio marino lo subyuga de nuevo y renace en su plástica. Comienzan a delimitarse los elementos que gobiernan su obra actual: agua, energía, cielo, costa y mar con los cuales comienza a tener una visión profunda de la realidad que provoca el nacimiento del paisaje interno.

«Las Tetas de Maria Guevara» (1966) son una mirada del paisaje marino desde adentro, obra de transición, de pinceladas espontáneas, gruesas y pastosas, herencia de los colores fríos de su periodo informal. La angustia ha comenzado a desaparecer de su plástica y se fusiona por momentos con la esperanza, la liberación del ser. Los blancos se van abriendo paso acompañados por toques cálidos, como los rojos y los ocres. Son colores, formas y texturas que luchan entre sí por captar la armonía del sentido oculto de la realidad y de la existencia. Son visiones inquietantes en las que la horizontalidad, el orden, la simplificación, la continuidad están sugeridos, pero aún su presencia no es patente; ellos irán dominando hasta llegar a la visión mística de la naturaleza en que se transforma actualmente cada paisaje de Vásquez Brito.

«Hay mucha angustia en ese periodo; estaba a la búsqueda de un estilo y de una verdad que me llenara realmente y me reorientara en el camino a seguir» (R.V.B.: 1991).

Transparencia y mística: La transparencia característica de su obra se comienza a vislumbrar en los colores superpuestos que buscan esta visión. No tiene nada de extraño que la transparencia y sus juegos sean elementos ejes de la plástica de Vásquez Brito, pues uno de los misterios del paisaje marino son las transparencias de la atmósfera, del mar, de las olas y sus crestas. Y Vásquez Brito logra plasmar esto en sus marinas a través de las degradaciones y combinaciones de tonos azules, verdes y blancos que juegan en el lienzo. El espeso azul oscuro propio de las profundidades marinas se convierte en proyección del inconsciente, y la sublime transparencia de la cresta de la ola, metáfora de la iluminación y de la libertad, se alza buscando liberarse de su destino y de las leyes de la gravedad, intento que se transmuta en espuma marina.

Vásquez Brito proyectó esto plásticamente en un grupo de obras, entre las que se cuentan: «Una Soledad de Espera» (1990), «Un Juego de Luces y Brisas» (1989), «Testigo de Sueños y Frustraciones» (1991) o «Y Fue Sembrando Murmullos» (1991). En ellas la ola es el punto del equilibrio entre el abajo y el arriba, el paisaje externo y el interno, el inconsciente y el consciente, pues la onda marina es un impulso nacido en las profundidades del océano por la unión del agua y el viento, conjunción que es reforzada por los movimientos del planeta en el espacio y encuentra la máxima transparencia y energía en el instante en que la cresta estalla y se transforma en tubo, espiral de energía y espuma, momento que se plasma mágicamente en la obra «Testigo de Sueños y Frustraciones» (1991). La ola en este lienzo asume una doble significación, signo de la movilidad y energía interna del planeta, y signo de su peregrinar por el vacío; de esta forma Vásquez Brito nos relaciona con estas realidades. El azul que da paso a la transparencia y el blanco que muere entre la arena son transiciones que dan un vigor místico a estas obras, pues la espuma marina que plasma el artista en su plástica reciente es un encuentro de agua y luz, mutación de condiciones materiales, alquimia de la realidad. Por eso, ese burbujear de energía se asocia con la iluminación mística, ya que en ella el agua se libera de su naturaleza y de su condición y se convierte en burbuja, fusión de agua, aire y vacío que se extingue en la orilla de la costa. Igual que el místico, quien, gracias a la experiencia religiosa, transmuta su condición logrando la liberación de su existencia. La transparencia en Vásquez Brito representa el encuentro directo con la naturaleza interior que fusiona el adentro y el afuera, la búsqueda del ser y la paz.

La transparencia en la plástica de Vásquez Brito no es inmediata a su período informal, pues, antes de concretarse plásticamente, hay un grupo de obras de los años 70 que manifiesta su lucha por encontrar la esencia y quietud del paisaje; entre ellas se destacan «Arcano Blanco y Azul» (1972); «Intercambio de Fuerzas» (1972), basadas en la represa del Guri, y «Peripecias de Blancos» (1974), y «Vivencia Blanco Azul» (1974), inspiradas en el puente sobre el Lago de Maracaibo, obra de ingeniería llena de gracia y equilibrio con la naturaleza. En el primer grupo hay una identificación con las fuerzas y el vigor desbocado de la naturaleza, que representa uno de los momentos más impactantes de la civilización tecnológica: la transformación de materia en energía. En estos cuadros se perciben las pinceladas rápidas y pastosas que transmiten la energía oculta en el cosmos. Se comienzan a mostrar los azules, los blancos, los ocres y los colores telúricos presentes en sus primeras obras, que reaparecen en algunos óleos en formas inquietantes, palpitantes, indefinidas. El segundo grupo está constituido por escenas oníricas, fabulosas, clima logrado por el dominio del blanco y el azul, que dan ligereza y magia al puente sobre el Lago de Maracaibo.

Transparencia, horizonte y orilla: Dentro de la obra reciente de Vásquez Brito, en «Diálogo Constante» (1988), encontraremos ciertos elementos que nos ayudarán a comprender el arte de este pintor. La limpieza de la atmósfera domina el paisaje playero, dándole ligereza y claridad. No hay elementos extraños al contexto plástico que impidan la visión directa del paisaje, que logra a través de las degradaciones entre los azules y verdes y de su contraste con el blanco; con ello señala una transparencia que va más allá de lo físico y acentúa el carácter de la obra dominado por una aceptación del destino, un oír de su murmullo a través del oleaje. Esta pincelada no se rebela contra los elementos; ella los sigue mansamente, y, aun cuando describe la inquietud del mar, no percibimos angustia, sino quietud.

Con el azul espeso, fuerte, representa la profundidad del mar, su lejanía y el acercamiento al punto de ruptura entre el océano y el cielo, la materia y el espíritu. Estamos ante un símbolo del infinito. El acercamiento a la costa, punto de encuentro y fusión del mar y la tierra, en muchas obras es sugerido. En ese momento la espuma marina es devorada por la arena, espacio donde termina el recorrido de la energía nacida en las profundidades del mar, y se asocia por ello con la muerte.

Transparencia y silencio: En las obras «Como Abarcando el Silencio» (1991), «Como Adueñándose del Silencio» (1989), se describen estados del alma. En la primera de ellas, las sombras sobre la arena se convierten en azules y morados, huellas de presencias sugeridas, y en el lienzo sólo se proyectan en sombras, signo por excelencia del silencio y del vacío, manchas ocultadoras de la luz. Esta vacuidad contrasta con la sonoridad de la obra que se sugiere plásticamente por el murmullo del suave oleaje a través del cual nos habla el océano.

Estas nociones también se expresan en «Un Murmullo de Silencio» (1989), en el que no se usa el recurso de la sombra contrastada con el oleaje para expresar el silencio y las tensiones que se generan en el ser, sino cielo y mar van acompañados por una pequeña laguna transparente cuya agua se encuentra sin ningún signo de movimiento. En la superficie de ella sólo destacan unas piedrecillas que buscan el centro de la quietud, ojo de agua rodeado del verdor de la vida vegetal, entre dunas desérticas signo de una soledad lacerante, que tienen el mismo sentido que las sombras de la obra «Como Adueñándose del Silencio» (1989). El paso del tiempo se representa en estos cuadros a través del oleaje marino. Al lograr este clima estamos al encuentro de una realidad dura, que se muestra tras el manto de la fugacidad, y ésta es una de las búsquedas de Vásquez Brito: la transparencia del espíritu, que se proyecta estéticamente en su comunión con el mar y el cosmos, y se expresa con pinceladas dinámicas, profundas, llenas de colorido y fe en la vida, que plasman la búsqueda de una comunicación directa consigo mismo y con el universo.

La Horizontalidad: El dominio de la horizontalidad y los cielos imperturbables dan a la obra de Vásquez Brito una sensación de apertura, continuidad y trascendencia. El no encierra el paisaje, dándole así resonancias internas y proyectándolo al infinito, pues sus cuadros son instantes de una totalidad.

En estas marinas, los horizontes abiertos y los cielos neutros dan un orden imperturbable que nos acerca a la armonía que palpita tras la naturaleza. Este desvelamiento ha sido un proceso que en términos plásticos se ilustró al comparar obras como «Las Tetas de María Guevara» (1966); «Arcano Blanco y Azul» (1972), inspirada en la represa del Guri.

En esta última se presenta la estructura de la represa entre turbulentos blancos, azules y ocres. En ambas la heterogeneidad, la energía y las fuerzas de la naturaleza todavía se muestran de manera evidente. Pero en las obras de los 80 e inicios del 90 encontramos otra visión de la naturaleza; se busca la homogeneidad en ella, significaciones armónicas que unifican la realidad inmediata al universo.

Luz, espacio y tiempo: Existen otros elementos que en las marinas de Vásquez Brito refuerzan su carácter mítico y el clima de trascendencia: la luz. Ella no está relacionada con ningún momento específico del día, ya que no es una imitación o recreación de la luz natural y en pocas ocasiones hace uso de la sombra. Estos cielos tienen una luz difusa entre azules y morados, que le dan un fuerte clima de atemporalidad a su obra, y, al combinarse con el espacio costero, solitario e interior, crean una ruptura con el tiempo y el espacio. conocido, que aumenta el impacto visual del espectador al provocar una mirada y no un reconocimiento. Estamos ante paisajes que no son gobernados por el devenir, sino que crean su propio tiempo y espacio pictórico, pues describen un estado del ser.

Este clima invade los lienzos de Vásquez Brito, dándoles una dimensión lírica, una atmósfera mística, pues expresan la fusión o transparencia del hombre con el paisaje, una amorosa empatía y un espíritu que encierra una religiosidad o religamiento con el cosmos a través de la dimensión estética. El mar manifiesta la totalidad, pues es espejo del universo y fuente de vida, y la mística es la fusión del hombre con la totalidad o el cosmos. Así, el artista con su plástica crea una realidad alterna, opuesta a las propuestas estéticas que sólo reflejan el abismo que la civilización tecnológica ha creado entre el hombre y el cosmos, y además niega la cotidianidad. Vásquez Brito plantea así un «deber ser» que nos desvela la estructura iniciática de su plástica, pues introduce al espectador a una realidad de la cual está alejado, y este impacto estético-existencial puede llegar a transformar la visión del mundo del espectador.

Panteísmo plástico: Como ya hemos señalado, una de las características de la plástica reciente de Vásquez Brito es la presencia humana sugerida a través de pequeños detalles, como ocurre con la huella del paso de un carro sobre la arena en el cuadro «Mamporal» (1985), o en una serie de pinturas en las que la parte inferior del cuadro es dominada por aceras o carreteras, como en «Diálogo Constante» (1988), «Un Mirar de Lejanía» (1989), «Acortada Distancia» (1989), paisajes amenazados por el hombre y su cultura tecnodepredadora. Sin embargo, Vásquez Brito enfatiza en paisajes intocados, edénicos, que tienen como inspiración la costa de Margarita.

En estos paisajes domina la soledad del ser, pues contempla e internaliza el paisaje. Su plástica es un ritual, con el cual reconstruye la realidad y su ser; por ello sólo encontraremos elementos que atrapan su atención, evitando aquéllos que no guardan interés en este renacer, como son las aves, cangrejos u otros elementos, lo que refuerza el clima de soledad de estos conjuntos pictóricos. A pesar de que el mundo animado no esté presente, el artista transmite un sentir reconciliatorio, de renovación, ya que el cuadro nos confronta a paraísos primigenios.

En estos paisajes no encontraremos atardeceres sangrientos o amaneceres resplandecientes, pues estamos ante una realidad gobernada por la subjetividad del artista, que logra hacer eco en nuestra sensibilidad y nos acerca a lo edénico o a lo que pudo no haber sido la naturaleza cuando la huella humana no se sentía sobre ella, pero también al pecado o la expulsión del Paraíso, como ocurre en «Paisaje a Distancia». Debido a estos contenidos míticos, las obras despiertan en el espectador el anhelo de retornar a la naturaleza y reidentificarse con la vida.

Estas obras de Vásquez Brito expresan un panteísmo plástico, pues ellas nos obligan a prestar atención y amar nuevamente los elementos del cosmos. En estos planteamientos la separación entre «arte y religión» es muy difusa, ya que la plástica de Vásquez Brito reencuentra al hombre con su origen: la naturaleza, el mar… Por ello sus marinas son una herida en el ser, pues nos enfrentan al destino que nos estamos labrando con nuestro actuar ecocida; de ahí el carácter nostálgico de estas pinturas. Los colores y las formas desnudan una realidad que no volveremos a vivir o conocer. El arte de Vásquez Brito es un arte de añoranza.

Mirada de lejanía: Dentro de este conjunto de obras hay una serie en la que se encuentra «Una Imagen de Promesas» (1989), en la cual se expresa una idea utópica de la naturaleza que, ante el posible destino del hombre dentro del sinsentido de la civilización tecnológica, manifiesta un retorno a lo edénico, planteando así un «deber ser», acto de protesta, de rebelión contra el proceder contaminante de la civilización. Esto, en parte, es resultado del alejamiento del cosmos, que se concretiza en el mirar lejano de la naturaleza. desde la ventanilla de un carro, en la que uno se acerca momentáneamente a ella sin penetrarla, dejando que la tecnología nos sirva de mediación y a la vez de obstáculo en ese encuentro con el infinito y el misterio del universo, tal como se manifiesta en la obra «He de Seguir la Huella al Infinito» (1991), obra en la que rompe la horizontalidad, creando un punto de fuga, metáfora del reencuentro con el infinito.

Musicalidad: Una característica propia de la obra de Vásquez Brito es la musicalidad de su plástica. En ella los colores tienen ritmo musical, y en sus últimas obras éste es ligero, alegre y, en ocasiones, con tenues toques de melancolía; de ahí que no encontremos disonancias visuales. Los colores altos y bajos ofrecen una musicalidad equilibrada al espectador, tal como ocurre con la obra: «La Tibieza del Solano Andariego» (1989), en la que entre morados y azules encontramos piedras y arena, signo de su futura muerte. El horizonte delimita agua y cielo; la espuma marina, último suspiro del mar, crea una armonía visual y existencial. En esta sinfonía de colores se encuentra un pequeño toque de rojo entre el verdor, dando una sonoridad cálida y de alegría a la obra. Color que Kandinsky relaciona con el toque del clarín.

Esto no es resultado del azar, sino del amor de Vásquez Brito por el canto y la música. No olvidemos que en un momento de su vida tuvo que escoger entre dos vocaciones: el canto o la pintura, y para él pintar sin el acompañamiento musical es incómodo.

La isla, centro existencial: «Los paisajes son muchos de mis recuerdos infantiles, de contemplaciones, hasta que me trasladé hace unos años -temporalmente- a vivir en la isla, y comienzo a ver el paisaje directamente» (R.V.B.: 1991). Para Vásquez Brito pintar estos paisajes marinos es retornar a su origen, a la amada isla edénica que conoció, es sentir nuevamente a través de su arte el retorno a su centro existencial, sin importar las barreras espaciales o temporales. Por ello, su arte es dominado por el mito del eterno retorno. A través de este continuo peregrinar al origen él renueva su vida.

Dentro de la plástica nacional no existen paisajes tan llenos de fibras del ser, de lo sublime y de trascendencia, pues él logra proyectar la sensibilidad y la presencia espiritual del centro de un existir: La isla de Margarita. La pintura así lo acerca a ese lugar de resguardo y beatitud edénica, que ha representado esta isla en su vida. La plástica se transforma así en el reencuentro de un centro existencial y en la reactualización del tiempo y el espacio anhelado.

Paisaje e inquietud: En estas obras no se encuentra la furia de otros paisajes marinos; en lugar de ello, nos confrontamos ante una energía sosegada que refleja el modo de ser del pintor. Estamos ante un oleaje amable que abraza amorosamente la costa, que llega al fin de su recorrido sin rebelión, desmoronando su ser en la arena, que absorbe aquella materia buscadora de la liberación. Ese momento es de reintegración, de absorción de la disolución representada por la muerte. Esto se muestra en la obra «Encuentro de Espuma y Luz» (1990). En ella observamos cómo la espuma marina llega plácidamente a su fin, sin obstáculos, en una aceptación de la muerte o del destino sin rebeldía. Y es éste el espíritu que encontramos en las últimas obras de Vásquez Brito. En ellas las líneas que estructuran las formas se equilibran, la simplificación formal se hace patente al igual que los colores, y, cuando surgen pinceladas libres y gestuales en el mar o la arena, no dominan el conjunto, pues la estructura equilibrada de la obra las anula; un ejemplo de ello es el lienzo «Guayamuri» (1981). En algunas ocasiones estas pinceladas son usadas para representar las corrientes y resacas marinas, como ocurre en «Por un Camino de Azules» (1988) y «Un Juego de Luces y Brisas» (1989). Pero éstos son toques ligeros, que dan movilidad a la obra. En el primero, el oleaje y el mar picado por el fuerte viento muestran diversos tonos azules y blancos. Pero la parte inferior del cuadro presenta las huellas resquebrajadas de la tierra reseca, reforzando el clima de inquietud que expresa el mar. En otros cuadros el dinamismo del mar expresa la sensación de vigor y fuerza, tal como se plasma en la obra «Va Dejando Huellas» (1988), en la cual la espuma domina la parte inferior de la obra, dando dinamismo al lienzo, que es equilibrado con la quietud y tranquilidad del mar que domina la parte superior de la obra, y ambas partes están divididas por una formación rocosa. Este espíritu también se encuentra en la obra «Por un Camino de Azules» (1988), paisaje que expresa la dualidad que se da en el ser entre la quietud y la angustia, entre la pasividad y la acción.

Naturaleza y cultura: Las obras de los años 70 tienen una conexión directa con la plástica actual de Vásquez Brito, y ellas nos señalan la dirección de su estética actual, en la cual busca expresar algo más que el hechizo de los paisajes internos y mostrar el doloroso y trágico tránsito de lo natural a lo cultural en nuestra civilización tecnológica. Las pinturas de Vásquez Brito por su belleza y espiritualidad nos hieren profundamente, pues expresan paisajes primigenios, vírgenes, incontaminados que plantean un «deber ser»: restablecer un equilibrio armónico entre la naturaleza y la técnica.

La ausencia del hombre en sus paisajes marinos nos puede llegar a producir una sensación de desagrado, pues levanta la llaga de culpa que es el homicidio de la naturaleza o ecocidio. Actitud que demuestra el profundo desprecio que tenemos a nuestro origen y a los nexos que nos unen a él. Hemos creado una cultura opuesta a la vida. No toda relación entre naturaleza y cultura lleva estos matices negativos, y un anhelo por lograr esta situación de equilibrio son los paisajes de Vásquez Brito, que se cristalizan en la serie de óleos que tienen como centro temático al Guri y el puente sobre el Lago de Maracaibo, construcciones culturales equilibradas, ligeras, llenas de belleza, que integran armónicamente lo natural a lo cultural.

Esta relación armónica entre la naturaleza y el hombre también se presenta en una serie de paisajes marinos, entre los que se cuentan «Fusión» (1970) y «Remanso» (1970). En ellos pintó barcos de pescadores, mostrando así otra vía para crear una transición equilibrada entre el hombre y el cosmos, que manifiesta la posición ética de Vásquez Brito: la defensa Y recuperación de una cultura más humana, que se lograría cuando la Isla de Margarita retorne al trabajo artesanal, al tiempo de la charla y al trabajo comunal de la pesca, forma de vida que se ve amenazada por la transformación de la isla en un gigantesco centro comercial, destruyendo la tradición que ligaba al hombre margariteño con las fuerzas de la naturaleza.

Este deseo también se expresa plásticamente en su última obra titulada «Testigo de Sueños y Frustraciones» (1991), cuadro dominado por un cielo azulado, un oleaje transparente, la huella de la salinidad en la arena y un mar logrado por la incorporación de polvo de mármol al cuadro. Entre la suave arena se muestra una pelota roja que cambia completamente el sentido estético y ético de la obra, pues le da nuevas significaciones lúdicas y simbólicas al paisaje marino. Este cuadro tiene relación con un episodio del cual fue testigo Vásquez Brito en Punta Arenas, isla de Margarita: la frustración de un pueblo de pescadores cuando, a pesar de todos sus esfuerzos, la pesca huyó de las redes. Esta obra está asociada con los momentos en que el artista contemplaba desde la proa de una lancha el mar que encarnaba su ser, al que amó y ama con plena conciencia de su poder. La pelota introduce en el paisaje un toque lúdico e infantil, que expresa la posición ética del autor ante la naturaleza, pues el hombre, en lugar de destruirla, debería disfrutarla y gozarla.

Recursos Técnicos: La plástica actual de Vásquez Brito exige atención, y, al observarla con empatía, comienza a revelarnos sus misterios. Son síntesis de una vida y resultado de un lenguaje plástico que ha madurado con el tiempo. Paso a paso ha ido creando los recursos técnicos para dar cada vez más carácter y vitalidad a sus lienzos, y cada día el acabado de sus obras se hace más exigente. Uno de los elementos que introduce en su técnica es el polvo de mármol, material con que trata el lienzo antes de comenzar a pintar en aquellas partes donde va a ubicar el mar y la costa, creando asi un juego de textura especial a su obra, logrando sugerentes efectos visuales y táctiles que nos señalan el proceso de origen de la arena, testigo del devenir marino, pues ella es las escamas de las rocas.

La textura marmórea y el espíritu del material en algunas obras dominan completamente, como si estuvieran buscando su origen, tal como ocurre en la obra «He de Seguir la Huella al Infinito» (1991), en el que la parte inferior del óleo semeja roca de mármol. El artista logra con esto una impactante imagen visual que conjuga las significaciones simbólicas de la dureza del mármol y de la roca con la ligereza y adaptabilidad del mar. En los lienzos «Como Abarcando el Silencio» (1991) o «Por un Camino de Azules» (1988), en los que una franja de formaciones rocosas está cercana a la costa y el oleaje llega a ella con ligereza ya la vez con firmeza, se unen  en un mismo discurso visual las asociaciones simbólicas de la roca, como son la inmortalidad, la solidez, y el equilibrio a la mortalidad, el devenir y lo etéreo, que son conceptos que luchan constantemente en la plástica de Vásquez Brito.

Cada obra de este artista es una resonancia de su ser interno; estos cuadros son creados directamente sobre el lienzo, sin bocetos o dibujos previos. El cielo, el agua, la profundidad, la luz, la tierra, las huellas culturales van naciendo en un impulso original, que en muchas ocasiones son motivados por un acontecimiento fortuito por un sentir que traduce en líneas, formas y colores. Por ello, estos paisajes son proyecciones de un estado de ánimo, en lugar de ser gobernados por realismo. Las transparencias del aire, del agua, del ser, las montañas, las fajas costeras no son dominadas por una concepción teórica conceptual sino por una técnica cerrada.

Una de características de obra Vásquez Brito es posición ante acto creativo, que se evidencia en pincelada y en detallado acabado que da lienzo, en que deja color formas que no satisfagan sensibilidad estética. La transparencia domina su pintar, pues es acto directo sin boceto dibujos, comunicación directa sin que pincelada deje huella del acto creativo lienzo, pues transparencia es la esencia de su arte. Dejar rastros del proceso creativo, como pinceladas inacabadas, líneas sin colorear o sombras sin definir es algo que él evita, pues interferiría en la percepción directa de la obra y en el espíritu que desea dar al lienzo. Tampoco llega a las pinceladas relamidas o pulidas, pues ello le quitaría vitalidad a su plástica. Estamos ante una visión directa en la cual el espectador se confronta ante el mar a través de la sensibilidad pura y del encuentro con una belleza atemporal que logra transmitir de forma avasallante el pulso del ser del artista. «En mis últimas obras he logrado la sensación de quietud y paz» (R.V.B.: 1991).